domingo, 18 de octubre de 2009

El cachorro de villa. El joven de corral. El final

El cachorrito de villa llega un día a un terreno, con la única norma aparente de no pisar jamás la casa de los humanos.

¿Qué hacer, con que jugar, con quién?

Si en unos días ya le aburría cada rincón de su celda y no encontraba nada interesante con que jugar salvo con la ropa que tendían de vez en cuando, encontrándose tan y tan solito…

Unos 26 minutos al día estaba en compañía de los humanos: 1 minuto tardaban en echarle la comida, 5 dedicaban a jugar con él y otros 20 en gritarle por ladrar, hacer agujeros, robar la ropa tendida…

a veces llegaba otra persona, le pinchaba y se iba.


Hacía frío, el cachorrito buscaba las zonas donde dormir un poquito al sol, por lo menos así pasaba el rato… ¡que aburrimiento!

Un día, se puso a escarbar en el suelo, y encontró un tesoro, ¡el tesoro del caso!!

Los humanos salieron de la casa y le hicieron caso. Le llamaron malo y sonaban alterados ¡pero estaban con él!, hizo agujeros más y más grandes, descubrió que así también podía pasar el rato, además se cansaba y luego dormía más a gustito.

Pasaban los días, semanas y meses y el cachorrito iba creciendo, no conocía a otros perros, ni lugares, solo sabía que los humanos son impredecibles y raros, la casa no se pisa, si coges ropa te persiguen, si ladras mucho salen a ver qué pasa y que todos los días son exactamente iguales…

Bueno, todos no, a veces la casa se llenaba de tantos humanos que tenían que comer en el jardín, eso era malo, cuando pasaba eso le ataban en un rincón para que no les molestara.

Por lo menos, después del largo día de sufrimiento se podía comer las sobras de todo, que no le sentaban muy bien a su tripita pero conseguían que durmiera mejor.

Llegó el día en que no dejaba de ladrar a todo lo que se acercaba al terreno, entonces orgullosos los humanos pusieron una placa en la puerta “cuidado con el perro”

Cuidado con el perro, sí, porque detrás de esa placa, de esas verjas, hay un perrito que no ha sido socializado ni con perros ni personas.

Y si, puede que ladre y se altere o emocione mucho cuando se acercan personas o perros, con una mezcla de miedo, ansiedad o inseguridad ante algo tan desconocido, algo que no le dieron la oportunidad de conocer…

Porque el ya “perro de villa” no sabe lo que es salir a dar un paseo, jugar con otros perros, relacionarse con ellos…

El cachorrito ya era todo un joven de corral

El joven de villa seguía sin salir de allí, sin conocer nada nuevo, oliendo siempre las mismas cosas…

Pasaba las horas muertas lamiéndose las patas, escarbando agujeros, se entretenía robando la ropa tendida ¡como se lo pasaba de bien rompiéndola, como se divertía!, si le veían los humanos tocaba jugar a que no le pillaran ¡a correr sin control!

Tenía que aprovechar el tiempo que los humanos pasaban con él, cada vez era menos.

Había días que no veía a los humanos para nada, ahora no salían a darle de comer, tenía una tolva de pienso y un bebedero automático.

Tampoco jugaban con él, ellos decían que era un bruto, que se abalanzaba sobre ellos y les hacía daño con las uñas.

El joven no podía evitar lamerse las patitas y rascarse una y otra vez ¡como le picaban esas heridas!

Llegó el señor que pincha a vérselas y dijo que tenían que pasar por su consulta para ver de qué se trataba…pero los humanos no tenían tiempo para eso.

Existían dos días especiales (además del de las comidas en el jardín) que le llamaban especialmente la atención.

En el primero, un humano salía rápido de la casa con una pelota en la mano y se la tiraba una y otra vez, el joven no podía evitar excitarse más y más con esa situación, corría rápido y veloz, descontrolado, pelota aquí, pelota allá, más rápido, venga otra vez…

El segundo era muy raro, salía un humano de la casa y se dirigía rápida y decididamente hacia el joven. El jovenzuelo se asustaba ¿Qué pasa aquí? Inmediatamente huía, el humano lo perseguía hasta cogerlo para finalmente atarlo en la cadena.

Desde su cadena, sin acceso al agua ni a la comida pasaba el rato lamiéndose sus heridas y observando al humano ¡parecía muy interesante lo que estaba haciendo!

El humano estaba en un trozo de jardín escarbando en la tierra, luego en cada agujero enterró algo ¿Qué sería? ¡Qué curiosidad! ¡En cuanto me suelte lo compruebo! …y por supuesto lo comprobó.

Le encantó curiosear cada uno de los agujeros, escarbar en ellos, hasta que de repente escuchó un grandes gritos ¡mi huerto!¡el perro ha destrozado el huerto otra vez!

¡Es que solo trae problemas!

Salieron todos los humanos, se asustó, se quedó inmóvil con el rabo entre las piernas, se hizo pipi, lloraba, lo cogieron entre tres, abrieron una puerta y lo soltaron dentro.

Estaban en un corral vacio, esa sería su nueva casa.

Allí le pusieron su pienso y agua, allí pasaba los días muertos, intentando refugiarse del sol y lamiéndose sus cada vez más grandes heridas.

El joven perdió mucho peso.

Los humanos solo iban de vez en cuando a limpiar las cacas, decían que olían muy mal y eran tan líquidas que tenían que esperar a que se secaran para poder quitarlas.

Casi nunca le hacían caso, no se acercaban al “cabrón del perro”

Así pasaron varios meses, llegó a ser el perro que ya no tenía esperanzas.

No se molestaba en levantarse por nada, ya estaba afónico de tanto llorar cuando de pronto se abrió una ventana, ahí estaba uno de sus humanos que le decía a un desconocido: “este es el ejemplar, ¿se puede hacer algo?¿se le puede enseñar?¿puede aprender?¿sirve para algo?”

¿Quién era ese desconocido?¿Cuál es su responsabilidad?


Evidentemente esta historia puede tener varios finales, aunque más de uno se nos puede aventurar trágico.

No voy a decir que ahora llega un Educador en Positivo y “lo arregla todo”, me gustaría invitaros a pensar en los distintos desconocidos que podían haber llegado y sus distintas teorías u opiniones.

Perros de corral, villa, terraza… desgraciadamente hay a montones, desgraciadamente muchos no llegarán nunca a tener la oportunidad de “el desconocido” y tendrán un trágico final.

Otros, dependiendo de quien sea “su desconocido” pueden terminar muertos, en la perrera, abandonados, pueden añadirles gritos, técnicas de “dominancia”, golpes, collares eléctricos “para que aprendan”…

O pueden aprender a vivir de forma amable a la vez que aprenden sus humanos.

Tenemos que tener en cuenta qué necesitaríamos en el caso de estar sobreviviendo en una situación de tremendo terror, el peligro que pueden causar ciertas técnicas, la importancia de ofrecer amabilidad, calma, serenidad, la importancia de comportarnos educadamente, de poder explicar las cosas, de lograr que nos comprendan.

La educación cultural lleva a que este tipo de casos existan, pero puede llevarnos a que dejen de existir,

Cinta Marí

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