Es fácil cruzarnos con personas que se quejan del comportamiento de sus perros, dicen que son desobedientes, que hacen lo que quieren, que no se comportan adecuadamente, etc. A veces, incluso nos podemos sorprender a nosotros mismos en esa circunstancia.
En líneas generales nos parece comprensible que a cualquiera le resulte incómodo que su perro se abalance sobre la gente, rompa cosas, desobedezca… y que estas cosas lleven a la decisión de adiestrar al perro.
¿Cuándo comienza el adiestramiento?
El adiestramiento empieza mucho antes de que llegue a nuestra casa. Es su madre la que de forma natural se ha encargado de enseñarle, instruirle y guiarle. Esta labor es la que hacemos nosotros desde que el perro llega a casa.
No podemos dar por hecho que el perro sabe donde tiene que dormir o comer. Pero si podemos mostrarle donde está su cama, su comida, enseñarle donde puede hacer pipí, a reconocer su nombre, socializarlo, acostumbrarlo a distintas situaciones, etc.
Consciente e inconscientemente estamos adiestrando al perro desde que llega a casa. Desde su llegada tiene que aprender distintas situaciones que, aunque él no lo sepa, decidirán su supervivencia en este nuevo entorno: convivir con personas, perros, ruidos, higiene, comportamiento…
Por nuestra forma de vida, para nuestra comodidad, con el fin de lograr una buena convivencia iremos - de forma consciente e inconsciente- enseñándole cosas nuevas a nuestro nuevo compañero.
Puede aprender muchas cosas: que nuestra compañía es divertida, peligrosa, tranquila, impredecible… a sentarse, tumbarse, ponerse delante de la tele, ladrar al timbre. Cosas que le enseñaremos a propósito y otras que no.
En este aprendizaje, puede que se nos olvide algo de gran importancia, imaginemos…
Imaginemos ser pequeños y estar con papá, mamá y hermanitos. Comida, seguridad, juego asegurado, alguna norma, empezar a investigar, alguna caída, mucha diversión, mucha paz… y entonces nos llevan a un lugar con unos ¿os parece bien grandes árboles parlantes? Y sin nuestra familia. No entendemos el idioma, se mueven raro, solo con andar nos pueden hacer daño, y encima ¡no nos entienden!
¿Cómo sobreviviremos? ¿Qué tenemos que hacer para que estén contentos? ¿y para que nos dejen descansar? ¿Qué entienden ellos por jugar? ¿Por qué nos riñen por hacer pipí? ¿Por qué no podemos comportarnos como niños?
Intentamos enterarnos de que quieren por todos los medios ¡cuántas dudas! ¿Qué nos funciona? ¿Qué no nos funciona? ¿Cuándo nos hacen caso? ¿Qué es lo correcto para un árbol parlante?
¿Cuándo y por qué decidirá el gran árbol que somos unos maleducados?
No podemos dejar de pensar en ¿Cómo nos gustaría que nos enseñaran a comportarnos adecuadamente en un mundo de árboles parlantes? ¿Cómo aprenderemos de ellos? ¿Llegarán a entendernos? ¿Y nosotros a ellos? ¿Lograremos convivir?
Dentro de todo el miedo que podemos tener ante esta situación, probablemente habrá algo que llame la atención de los árboles: podemos escondernos, patalear, llorar, investigar, los árboles pueden darnos con una rama si lloramos o pataleamos o ofrecernos una mantita o un vaso de leche cuando hacemos algo que les gusta y ayudarnos así a repetirlo más veces.
Nosotros necesitamos sobrevivir en esta situación, tendremos que encontrar como agradarles, como comportarnos adecuadamente, etc. ¡y no podemos hacerlo sin su colaboración! ¡Necesitamos que nos enseñen!
Es trabajo exclusivo de los árboles informarse de que somos, que comemos, que necesitamos, como descansamos, como jugamos, como aprendemos, cuando estamos contentos, nuestros miedos… ¡Nosotros ya nos encargaremos de poner de nuestra parte!
Os invito a quedaros un ratito más en este extraño mundo de árboles, a pensar si os serviría de algo, o para que os serviría que os intentaran enseñar a “ramazos”, a pensar que podrían hacer ellos para daros seguridad, tranquilidad, bienestar, para decidir que están contentos con vuestro comportamiento….
Tras esta historia de árboles me gustaría volver al principio, al momento en que decidimos que el perro no se comporta adecuadamente y reflexionar ayudada de los “árboles” en si nosotros le hemos ofrecido las herramientas para hacerlo.
Puede tener cierto paralelismo la vida de perro en nuestra familia con la nuestra en la de la familia de los árboles, pero existen grandes diferencias.
La de los perros es real. Algunos han pasado un tiempo en la jaulita de un escaparate, con gente dando golpecitos a los cristales, sin sus madres… Otros han nacido en perreras, descampados, criaderos, villas, etc. Pensemos en ese tiempo que transcurre antes de la llegada a nuestro hogar, pensemos ser niños que pasamos por eso hasta que llegamos a la “familia árbol”
En mi humilde opinión lo último que necesitaría es que esos gigantes me gritaran, castigaran, no me explicaran las cosas… sin embargo aprendería muchísimo si me dijeran lo que les gusta de mi, se interesaran por conocerme, por saber que necesito, etc.
Lógicamente el perro (al igual que nosotros) puede aprender de distintas maneras, pero no es lo mismo que camine a tu lado por “voy a estar atento, a no dejar de mirarle, como me adelante me da un tirón, si avanzo el collar me pincha, me ahorca, estaré pendiente no sea que se enfade” a que camine a tu lado por “que guay, ¿Dónde iremos? Voy a estar pendiente de hacia donde va, ¡esto yo no me lo pierdo! ¡Como me gusta pasear juntos!
Queda en nuestra mano decidir qué es lo que queremos y como vamos a conseguirlo.
Cinta Marí
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